No
todo son alegrías en las últimas horas de nuestras vidas, se
observa en la mayoría de los rostros de nuestros abuelos un
comportamiento de aislamiento social como consecuencia lógica de una
serie de alteraciones fisiológicas que lo incomunican y lo aíslan.
Sabido es entre los trabajares de la geriatría que los dos órganos
sensoriales más castigados por la edad son la ojo y el oído.
Centrándonos en el primero no hay dos alteraciones a la
que ningún anciano escape: la presbicia o vista cansada y la
hipermetropía (ojo aplastado en sentido arteroposterior). De ahí
que sea imprescindible ver como cargan al caballete nasal con unas
gafas biconvexas que deberán cambiar con frecuencia ya que el daño
se acentúa con el tiempo.
Hecho
notorio es que la audición decae irremediablemente en los
ancianos, de hecho no es difícil de encontrar casos de sordera
absoluta donde lo conducen hacia una sala abandonada.
Si
bien existen gracias al avance de la ciencia herramientas que palian
el achaque de la edad, he de decir también que son caras de obtener,
delicadas en su uso y frágiles de romper, por lo que si bien son
compradas por la familia del abuelo que las necesita (cosa extraña)
no suelen durar mucho ya que son golpeadas o partidas y sin olvidar
las traiciones de la memoria senil que llevan a la perdida de la
prótesis.
Existen
aún, más factores aliados de la soledad de dichas
personas, a saber el abandono de la familia en ocasiones por
obligaciones de su rutina de vida, a veces por desamor hacia su ser
querido pero al fin de cuentas, abandono. No disponen además de
camaradas de la infancia y compañeros de su vida ya que todos o casi
todos han sido guadañados inexorablemente. Y por último, gran
aliado de la soledad es la memoria senil, archivo del pasado y
lucimiento del presente, único consuelo de la vejez para el que la
conserve ya que la gran mayoría la pierde.
Mientras
observo desde la esquina de un salón de mi geriátrico concluyo a
través de lo que veo: alelados y compungidos rostros de pobres
viejos que no les queda más recurso que adormilarse en un sillón
del salón.
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